Teresa y Marcelino

“Teresa, vengo a decirte, si es que me quieres de veras,

que me casaré contigo cuando entre la primavera.

Es tanto lo que te quiero que no lo puedo explicar;

dame un abrazo al momento y no me hagas más penar.”

“Por darte, sólo, un abrazo no me haría recelosa,

pero después del abrazo me pedirás otra cosa.”

 

“No tengas miedo, Teresa, que si el abrazo me das,

hoy me quedo satisfecho y mañana Dios dirá.”

Con toda fuerza, Teresa le dio un abrazo al momento,

y el pobre de Marcelino quedó sin conocimiento.

Y cuando volvió en sí dijo, mirando al cielo:

“En este abrazo, Teresa, vi las torres de Toledo.”

 

“Muchas cosas más verás el día en que nos casemos,

yo te enseñaré un jardín con una fuente en el medio.”

“Teresa, ten compasión, que me dan escalofríos,

enséñame ese jardín que tú tienes escondido.”

“Ese  jardín, Marcelino, te lo enseñaré más tarde,

pero si me quieres tanto, antes debes de casarte.”

 

“Nos casaremos, Teresa, no dudes ni tengas miedo.

Así que entre en tu jardín, si me gusta me lo quedo.”

Después de tanta porfía Teresa el jardín le dio,

y Marcelino las flores muy contento las regó.

Así fue pasando el tiempo con placer y algarabía,

solamente que a Teresa le crecía la barriga.

 

La pobrecita lloraba y apuraba el casamiento,

y Marcelino decía: “Para eso tendremos tiempo.”

Y cuando vio que Teresa un niño hermoso tenía,

Marcelino se casó con otra novia enseguida.

Y así, mocitas solteras, que esto sirva de escarmiento,

que antes de estar casaditas no enseñéis a nadie el huerto.